jueves, 20 de octubre de 2011

Pequeños placeres.

Es así. La vida es completamente aprovechable. Hay que saber disfrutar cada momento como si fuera único. Porque al fin y al cabo, cada momento es único, diferente.
No se trata de recordar lo inútil que es nuestro día a día, las pocas emociones que vivimos de forma cotidiana, porque es eso lo que, en definitiva, provoca en nosotros un efecto de total dejadez que nos desmotiva.
A menudo nos quejamos de nuestra rutina, pero pienso que se trata simplemente de saber tener una visión diferente de la vida. La más aparentemente insignificante de las cosas puede provocar en nosotros un gran placer. Y aquí entra en juego el famoso tópico de "el placer de las cosas pequeñas".
Saber escuchar la lluvia caer con fuerza contra el cristal, ese repiqueteo que tan agradable resulta especialmente antes de dormir. El armónico sonido que producen las olas al chocar, o el panorama cuando visualizas como una ola arrastra a otra de forma interminable. Un abrazo, un beso, una caricia o cualquier otra muestra de cariño. El tacto de un grupo de legumbres crudas y frías ahogadas en ese recipiente que tu madre usa para cocinar. Arroparse, arropar a alguien o despertarte cuando alguien te está arropando. La sonrisa de un niño pequeño o de tus abuelos, especialmente cuando la causas tú. El olor a café o a pintauñas. Observar eso que pocas personas poseen; la capacidad de sonreír con la mirada. Sentarte frente al fuego y no apartar la mirada de las llamas mientras el calor de éstas te abraza. Las lágrimas provocadas por un libro, una canción o una película. Y numerosas cosas más; entre ellas el placer que produce saber que numerosas cosas más provocan en nosotros una sensación de paz interior y de felicidad.
Vive; no te limites a ver tu vida pasar.

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