domingo, 28 de agosto de 2011

Historia del Arte

Adoraba esta asignatura. Sin embargo, ella no era mi profesora favorita; no sé si se debía a la expresión de su rostro, a la monotonía que transmitía en la mayoría de sus clases o a lo difícil que era sacar buenas notas en sus exámenes.

La cuestión es que pasados estos tres meses me doy cuenta de que con ella es con una de las personas que más aprendí a lo largo de bachiller.

Ella me enseñó preciosos cuadros e increíbles esculturas. Edificios arquitectónicos imposibles de concebir. La magia del color y la majestuosidad de la monumentalidad. Me enseñó a reconocer el periodo de una obra de arte simplemente por sus formas o sus materiales. Hizo hincapié en que lográramos diferenciar las líneas y reconocer los escorzos y la curva praxiteliana. Ayudó a que muchos concibieran a Picasso de una manera diferente; más como un estudioso que como un loco ignorante. Nos confesó que su pintor favorito coincidía con el mío y nos contó la biografía de cada uno de los pintores impresionistas destacables. Aprendí lo dura que ha debido ser a menudo la vida del artista; cobrando una miseria por los cuadros o volviéndose locos en el peor de los casos; viviendo del alcohol como método de escape.

Se notaba su amor hacia el arte cuando daba explicaciones de alguna obra. Se emocionaba citando los detalles de El Rapto de Proserpina o el David de Miguel Ángel. Nos explicaba porqué en el Regreso del hijo pródigo, éste tenía un pie descalzo y vestía de color amarillo. Admiraba los trazos de un Van Gogh que conseguían reunir profundidad, perspectiva y belleza. Manifestó su contrariedad hacia algunas de las obras vanguardista pero procuró que las entendiéramos.

Definió el arte como una capacidad propia del ser humano de crear belleza. Una belleza que ha perdurado y evolucionado a lo largo de los siglos, adaptándose al contexto social y político de cada época y, que espero, siga perdurando. Infinitamente.