domingo, 10 de abril de 2011

Rutina

Rutina. Cuando una persona escucha, lee o escribe esa palabra puede invadirle un cierto sentimiento de monotonía, de tristeza, de claustrofobia. De necesidad de que desaparezca.
Siempre que oigo mencionar esa palabra, es en un sentido negativo: "Tengo que escapar de mi rutina", "resígnate a ello; es una rutina", "viajo para cambiar de aires, para acabar con la rutina".
En mi caso no es así. Me encanta hacer cosas diferentes, cosas nuevas. A menudo siento la necesidad de viajar, de cambiar de aires, de moverme. Me desespero cuando estoy mucho rato en un mismo sitio o haciendo una misma cosa. Puede parecer contradictorio, pero en cambio, hoy por hoy, me gusta mi rutina. Me gusta despertarme por la mañana y apresurarme a parar el despertador del móvil por el desagradable sonido que emite. Me gusta ir al baño, lavarme la cara y volver a mi cuarto, donde mi conejo me espera impaciente. Me gusta abrirle la terraza y que él salga mientras yo le pongo comida, a la que él se lanza en medio minuto. Me gusta sentir cada mañana indecisión por qué ponerme y acabar mirando el reloj y desesperarme por lo rápido que pasa el tiempo. Bajar las escaleras dando tumbos, somnolienta; hacerme el cola cao con el pijama puesto, esperar a que se caliente la leche, parar al microondas antes de que pueda avisar. Tres cucharadas de cola cao y otras tres de azúcar. Sentarme en la mesa, controlar el reloj de la cocina, que siempre va mal pero sirve para que no llegue tarde. Subir y vestirme, ir al baño, terminar todo antes de las siete y media porque sino pierdo el autobús. Acercarme a la parada y sentarme en ésta, saludando al chico que siempre está ahí, que me devuelve el saludo y acto seguido baja la mirada. Y yo la aparto hacia la derecha, observando el cartel publicitario de la parada, a ver si lo han cambiado o está el mismo que ayer. Fascinarme con la magia de la publicidad, los hermosos ojos de las modelos, la brillantez de las joyas que relucen, las burbujas de algún medicamento. Escuchar un "hola" y girarme para saludar a la guapa chica rubia de ojos azules y pelo largo. Terminar hablando con ella de cualquier tema mientras esperamos el bus, siendo los preferentes el colegio y el tiempo. Siempre me cuenta que lleva dos jerseys y va a pasar calor, que lleva dos medias pero va a pasar frío, que lleva el polo de manga corta pero aun así se va a asfixiar. Que se arrepiente de haberse puesto medias y no leotardos.
Y entonces llega el autobús, y nos subimos. La dejo pasar a ella primero, y luego entro yo. Saludar a la monitora y encontrarme con el ya familiar "buenos días, Lis" de Héctor, el conductor. Sentarme siempre en el mismo asiento, a mitad de autobús, en el lado de la ventana, dejando la mochila al lado y acomodarme escuchando música. Cada día hacemos el mismo recorrido, pero yo siempre le noto algo diferente. Una persona que nunca había visto, un perro paseando, un columpio en el que nunca me había fijado. Saber que hay doce palmeras en un camino; un bar, un veterinario, un portal, otro bar, un restaurante. Esperar a que termine el trayecto y bajarme del autobús con un "adiós" o un "hasta luego" cuando salgo por la puerta. Dirigirme al pabellón, subir las escaleras, entrar a clase saludando a las poquísimas personas que ya han entrado. Abrir las persianas si no están ya abiertas, maldiciendo que aún sea de noche y yo no esté en la cama. Esperar sentada encima de un pupitre cualquiera hablando con algún compañero. Sergio entrando con su peculiar saludo, un buenos días rápido que hace desaparecer la "n" y alargar suavemente la "s". Laura que llega con su hola, que se pone a charlar con nosotros. Recordarle a Víctor que me debe un abrazo. Ver como la clase se va llenando hasta que llega el profesor y todos nos ponemos en nuestro sitio tras sacar los libros de la taquilla. Pasar las clases y los recreos en la mejor compañía. Esperar a que sea la hora de salida y subirme en el autobús, hablar con Vero de cualquier tema, quejarme siempre de que tengo hambre. Llegar a casa, bajarme despidiéndome. Abrir la puerta y esperar a que Suri me salude, saludo que nunca llega, excepto cuando voy a casa de mi padre. Llamar al trabajo de mi madre acto seguido, preguntándole siempre qué hay de comer, aunque ya lo sepa. Y pasar el resto de la tarde hasta que ya sea de noche y convenga irme a la cama, sabiendo que aunque me acueste pronto, me dormiré tarde.

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